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Mario Vargas Llosa, el hombre detrás del Nobel




Por: Andres Oppenheimer

Cuando le pregunté una vez al Premio Nobel Mario Vargas Llosa cómo quisiera ser recordado después de su muerte, me respondió que “aunque he hecho muchas cosas, creo que lo fundamental en mi vida ha sido la literatura”. Ciertamente, fue uno de los más grandes escritores de habla hispana de todos los tiempos.

Sin embargo, muchos lo recordaremos también por su activismo político en defensa de las libertades fundamentales. Vargas Llosa, fallecido el domingo 13 de abril en Lima, fue uno de los premios Nobel de literatura más activo políticamente, ya fuera criticando a los dictadores de Cuba y Venezuela, o a las amenazas del presidente Trump a la democracia de Estados Unidos.

A diferencia de muchos escritores famosos que se cuidan de no antagonizar a muchos de sus seguidores, Vargas Llosa no tenía pelos en la lengua. Criticaba a los autócratas de izquierda y de derecha. Entendía mejor que muchos que la gran batalla ideológica en nuestros días no es entre la derecha y la izquierda, sino entre la democracia y la dictadura.

Fue uno de los intelectuales más valientes que he conocido. En 2014, a los 78 años, viajó a Venezuela para apoyar a la oposición contra el régimen de Nicolás Maduro. Ya había viajado a Venezuela en 2009 y fue detenido por más de una hora en el aeropuerto por el régimen de Hugo Chávez.

En 2011, cuando visitó Argentina para hablar en la Feria Internacional del Libro, manifestantes indignados por sus críticas al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner lanzaron objetos contra el autobús donde lo transportaban al evento. Por suerte, no resultó herido.

En una de las más de media docena de entrevistas que le hice a lo largo de los años, le pregunté cuál era su secreto para mantenerse tan activo a los 83 años, y por qué tomaba tantos riesgos para apoyar sus causas políticas.

A su edad, con su fama, podría estar viajando por el mundo recibiendo doctorados honoris causa, le comenté, medio en broma. Me respondió que estar activo era parte de su filosofía de vida.

“Hago las cosas que me gustan, escribo, opino. Entonces, esta es una manera de vivir que para mi es profundamente estimulante”, me respondió. “No me canso, ni siquiera cuando me canso, porque tengo incentivos para seguir vivo”.

La jubilación nunca fue una opción para él.

“Quizás el espectáculo más triste me lo han dado esas personas que se mueren estando vivas. Eso me parece algo terrible. dejan de vivir en vida”, me señaló. Agregó que “lo ideal es que la muerte sea un accidente, que la muerte te sorprenda en plena actividad”

En ese momento me contó la historia atribuida a Sócrates, el gran filósofo griego. Advirtiendo que no sabía si esa historia era cierta, “pero de todas formas es una historia maravillosa”, me contó que cuando los soldados fueron a ejecutar la sentencia de muerte de Sócrates obligándolo a beber la cicuta, Sócrates se encontraba estudiando persa. Cuando alguien le dijo al filósofo: “¡Pero te van a matar!”, Sócrates respondió: “Sí, pero me gustaría morir aprendiendo persa”.

Vargas Llosa me dijo que “Es un caso maravilloso en el que la muerte aparece como un accidente que interrumpe una vida en plenitud”. Y agregó: “A mí me gustaría morirme con la pluma en la mano”.

El premio Nobel trabajaba siete días a la semana, sobre todo por las mañanas. Nunca abrió una cuenta de Twitter y tenía dificultades con la tecnología. “Soy uno de los últimos escritores que aún escribe con tinta y papel”, me contó.

Cuando le pregunté si su literatura era principalmente producto del talento o de la disciplina, respondió sin titubeos: “De la disciplina”. Dijo que “descubrí desde muy joven que no era un genio y que entonces no tenía más remedio que reemplazar esa falta de genialidad con la disciplina, con el trabajo, con la terquedad”.

Vargas Llosa será sin duda recordado, como él quería, como un escritor extraordinario. Pero muchos de nosotros nunca olvidaremos su apoyo a la democracia y las libertades en todo el mundo. ¡Te vamos a extrañar, Mario!

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