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Las virtudes del discreto



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Por Raul Breton

Sé es feliz en el más absoluto de los silencios. La discreción va de la mano con la clase, ese misterioso talento que poseen algunos premiados con ese don que no precisa de estudios ni de clase social para emanar por los poros esa forma de ser, divorciada de la enfermiza notoriedad de la que muchos padecen en estos tiempos. Es una virtud necesaria que muchas veces pasa desapercibida y a la que se recurre para mantener descontaminada la intimidad de la actual vorágine social de esta caótica vida moderna de redes, exhibicionismos y ‘echavainismos’. Un válido blindaje al que se acude para colocar un muro abstracto que impide a los demás ver más allá de lo permitido, negándole la penetración visual a esa lupa de constante búsqueda de estiércoles íntimos ajenos que sirven a muchos como materia prima para la habladuría y murmuración, tan peyorativa como dañina.



En medio de todo este desprendimiento de insoportable vulgaridad, banalidad y desenfrenada competencia social, asumir la discreción como modo de vida es una cualidad, o hasta una estrategia, que ayuda, no solamente en los ámbitos morales, también en esos territorios que alejan a todo el que no es necesario en su entorno, porque la elegancia de la ‘discreta discreción’ otorga un placer único de tranquilidad mental al estar al margen de un mundo ordinario en el que abundan el egoísmo y la envidia.

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