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La opinión del director: El dolor y la indolencia presentes en Semana Santa

El dolor y la indolencia presentes en Semana Santa

Hablar de los asuntos ajenos y sin autorización, siempre ha sido considerado como una

falta muy grave en mi familia; pero cuando dichos asuntos rebasan el claustro personal y

trascienden hasta afectar el pueblo mismo, desaparece la privacidad y el tema pasa a ser

de interés colectivo. Nunca he hablado con los protagonistas y en modo alguno trato de

ser su vocero; solamente ejerzo mi derecho, amparado en la Constitución vigente.



Por: Rolando Robles

El dolor es un sentimiento que se genera en los momentos de pérdidas mayores.

Es la frustración que por lo general sigue a la desgracia, especialmente cuando

nos toca de manera accidental e inesperada. Se agudiza, crece y alcanza el límite

de nuestra tolerancia cuando aparece en esos instantes de la vida que nos

reservamos para la celebración y el regocijo. Por ello resulta tan devastador.

La indolencia, sin embargo, no tiene nada de accidental y nunca es fortuita sino,

todo lo contrario, aparece de forma inequívoca, para catalizar la desgracia; y su

efecto más significativo es que acentúa el dolor que nos embarga. La fuente de

origen de este extraño complemento del dolor, suele estar muy distante de las

causas que ocasionan el dolor en sí.

La indolencia vino de las mentes malvadas de humanos envilecidos, sabrá Dios

por qué pueriles motivos; el dolor en cambio, fue causado por un ordenamiento

incorrecto de cosas materiales, acompañado desde luego, de alguna dosis de

negligencia personal e institucional. Descuido éste que no se puede considerar

voluntario, por cuanto, los responsables del lugar: Doña Grecia y su hijo Antonio,

sin saberlo, siempre pusieron sus propias vidas en riesgo, acompañando a los

clientes y amigos que frecuentaban su mesa particular. Es que nunca imaginaron

siquiera la posibilidad de una desgracia de tal magnitud.

Vale apuntar aquí, que esa “buena suerte” que los acompañó por tanto tiempo, no

justifica la existencia de tales descuidos; y mucho menos los exonera totalmente

de los daños causados. Las responsabilidades civiles habrán de ser determinadas

por las instancias legales de nuestro país y siempre a la luz de lo que establece el

código vigente al día 8 de abril de 2025.

Una vez que se desataron los demonios; y con ellos el pánico y la desesperación

entre las víctimas y familiares del derrumbe del techo, la ciudad en pleno se hizo

presente aquella madrugada de abril, socorriendo a los más necesitados, en una

espontánea demostración de solidaridad.

A los dos ciento y tantos desdichados que no lograron escapar, que Dios los acoja

en su seno y sus almas reciban la paz eterna. A sus familiares y deudos, nuestras

sinceras condolencias y que el Altísimo les provea consuelo y conformidad.

Es de rigor hacer un alto aquí, para reconocer a los cientos de voluntarios y a

los equipos de manejo de emergencias del Estado, que dieron respuesta

inmediata a la crisis y auxiliaron a las víctimas del accidente. Mi respeto y

agradecimiento a esa legión de dominicanos que ayudaron a sus compatriotas a

sobrevivir y no permitieron que mi involuntaria ausencia se notara.

Tan pronto como pase la calma impuesta por Semana Santa, se reanudarán las

acciones legales y los buitres ocuparán los medios de comunicación masiva, los

formales y los de barricada, especialmente el vertedero público ese llamado: redes

sociales. Los francotiradores de la lengua se sumarán gustosos a la campaña de

buscar a quien fusilar moralmente metiéndolo a la cárcel.

Los fariseos van a exigir ¡Pa’la cárcel los culpables!, aunque saben perfectamente

que esa no es una decisión de ellos, sino de los tribunales. En cualquier caso, el

ejercicio será edificante, porque conducirá al esclarecimiento -o por lo menos a la

discusión- de un gran dilema que tenemos los cristianos, tanto los de buena fe

como los farsantes e hipócritas. Noten amigos que la mayoría de sinvergüenzas

que campean en las redes se confiesan fieles cristianos.

El pueblo, según los malandrines, lo que quiere es cárcel para los dueños del

JetSet; y con ese grito de guerra se lanzarán a buscar los views que soportan su

monetización. Esta discusión, como ya les comenté, expone una arista muy poco

tratada sobre el hecho más significativo de la Semana Santa, la crucifixión de

Cristo, el hijo de Dios.

Si medimos con la misma vara la solicitud de los fariseos de hoy pidiendo ¡cárcel

para Antonio Espaillat inmediatamente! y el de los fariseos de ayer clamando ante

Pilato ¡crucifíquenlo, crucifíquenlo!, tenemos que convenir en que ambos pedidos

tienen la misma base de sustentación: el clamor popular (supuestamente), que

quiere ver correr la sangre, llenar la cárcel, reeditar la muerte; la gentuza que (de

nuevo) pide a voz en cuello lanzar los acusados a los leones, como en el viejo

circo romano.

Por suerte, Antonio Espaillat sabe que él no es Jesucristo -ni lo pretende- aunque

ambos, en diferentes momentos, sean víctimas de la misma chusma, la gleba, la

bigandurria de la sociedad de ayer y de hoy. Pero si Antonio sabe que él no es

Jesucristo, también sabe que no tiene que perdonar. De modo que la suerte está

echada, ya veremos.

Hasta aquí el razonamiento es lógico, nadie puede negarlo. Pero nos quedan dos

cabos sueltos y yo no estoy en capacidad de aclararlos ambos. El primero: ¿quién

es el moderno Poncio Pilato que tan diligentemente se lavó las manos aquella

vez? o ¿será talvez que, sabiendo lo imposible de hacerlo hoy día, prefiere

permanecer detrás del telón, hablando y actuando a través de sus secuaces?

El segundo “botón sin ojal” de este caso es alusivo al hecho de que la historia se

repite, una vez como tragedia y la otra como farsa o comedia. Quien mejor explica

el asunto es Carlos Marx, uno de los padres de la idea fallida del “comunismo”.

¿Será que la crucifixión de Jesucristo es la tragedia y la de Antonio es la comedia?

o ¿será quizás que todo es a la inversa?

Como ya dije: admito que no tengo respuesta válida para estas dos interrogantes;

tan solo me limito a reconocer mi falta de conocimiento sobre el tema, expresando

la secuencia de los hechos ayer y hoy. Ustedes, los que ya lograron ver las cosas

claras, deben ayudarme a salir de esta encrucijada histórica; y se lo agradeceré.

Ya, para terminar, me atreveré a dar un consejo no solicitado al joven Antonio

Espaillat sobre esta tragedia que afecta a todos, incluido él mismo: “la familia

Espaillat y sus asociados, en su condición de supuestos responsables de los daños

causados, ayudarían mucho al proceso de sanación de las víctimas, manteniéndose

-como lo han hecho- abiertos a la conversación sincera entre las futuras partes en

litis y ofreciendo una salida negociada, en señal de solidaridad, concordia y buena

voluntad. Claro, siempre de acuerdo a sus posibilidades y bajo la supervisión de

sus abogados”.

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