La opinión del director: El dolor y la indolencia presentes en Semana Santa
- Raul Breton
- Apr 21
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El dolor y la indolencia presentes en Semana Santa
Hablar de los asuntos ajenos y sin autorización, siempre ha sido considerado como una
falta muy grave en mi familia; pero cuando dichos asuntos rebasan el claustro personal y
trascienden hasta afectar el pueblo mismo, desaparece la privacidad y el tema pasa a ser
de interés colectivo. Nunca he hablado con los protagonistas y en modo alguno trato de
ser su vocero; solamente ejerzo mi derecho, amparado en la Constitución vigente.

Por: Rolando Robles
El dolor es un sentimiento que se genera en los momentos de pérdidas mayores.
Es la frustración que por lo general sigue a la desgracia, especialmente cuando
nos toca de manera accidental e inesperada. Se agudiza, crece y alcanza el límite
de nuestra tolerancia cuando aparece en esos instantes de la vida que nos
reservamos para la celebración y el regocijo. Por ello resulta tan devastador.
La indolencia, sin embargo, no tiene nada de accidental y nunca es fortuita sino,
todo lo contrario, aparece de forma inequívoca, para catalizar la desgracia; y su
efecto más significativo es que acentúa el dolor que nos embarga. La fuente de
origen de este extraño complemento del dolor, suele estar muy distante de las
causas que ocasionan el dolor en sí.
La indolencia vino de las mentes malvadas de humanos envilecidos, sabrá Dios
por qué pueriles motivos; el dolor en cambio, fue causado por un ordenamiento
incorrecto de cosas materiales, acompañado desde luego, de alguna dosis de
negligencia personal e institucional. Descuido éste que no se puede considerar
voluntario, por cuanto, los responsables del lugar: Doña Grecia y su hijo Antonio,
sin saberlo, siempre pusieron sus propias vidas en riesgo, acompañando a los
clientes y amigos que frecuentaban su mesa particular. Es que nunca imaginaron
siquiera la posibilidad de una desgracia de tal magnitud.
Vale apuntar aquí, que esa “buena suerte” que los acompañó por tanto tiempo, no
justifica la existencia de tales descuidos; y mucho menos los exonera totalmente
de los daños causados. Las responsabilidades civiles habrán de ser determinadas
por las instancias legales de nuestro país y siempre a la luz de lo que establece el
código vigente al día 8 de abril de 2025.
Una vez que se desataron los demonios; y con ellos el pánico y la desesperación
entre las víctimas y familiares del derrumbe del techo, la ciudad en pleno se hizo
presente aquella madrugada de abril, socorriendo a los más necesitados, en una
espontánea demostración de solidaridad.
A los dos ciento y tantos desdichados que no lograron escapar, que Dios los acoja
en su seno y sus almas reciban la paz eterna. A sus familiares y deudos, nuestras
sinceras condolencias y que el Altísimo les provea consuelo y conformidad.
Es de rigor hacer un alto aquí, para reconocer a los cientos de voluntarios y a
los equipos de manejo de emergencias del Estado, que dieron respuesta
inmediata a la crisis y auxiliaron a las víctimas del accidente. Mi respeto y
agradecimiento a esa legión de dominicanos que ayudaron a sus compatriotas a
sobrevivir y no permitieron que mi involuntaria ausencia se notara.
Tan pronto como pase la calma impuesta por Semana Santa, se reanudarán las
acciones legales y los buitres ocuparán los medios de comunicación masiva, los
formales y los de barricada, especialmente el vertedero público ese llamado: redes
sociales. Los francotiradores de la lengua se sumarán gustosos a la campaña de
buscar a quien fusilar moralmente metiéndolo a la cárcel.
Los fariseos van a exigir ¡Pa’la cárcel los culpables!, aunque saben perfectamente
que esa no es una decisión de ellos, sino de los tribunales. En cualquier caso, el
ejercicio será edificante, porque conducirá al esclarecimiento -o por lo menos a la
discusión- de un gran dilema que tenemos los cristianos, tanto los de buena fe
como los farsantes e hipócritas. Noten amigos que la mayoría de sinvergüenzas
que campean en las redes se confiesan fieles cristianos.
El pueblo, según los malandrines, lo que quiere es cárcel para los dueños del
JetSet; y con ese grito de guerra se lanzarán a buscar los views que soportan su
monetización. Esta discusión, como ya les comenté, expone una arista muy poco
tratada sobre el hecho más significativo de la Semana Santa, la crucifixión de
Cristo, el hijo de Dios.
Si medimos con la misma vara la solicitud de los fariseos de hoy pidiendo ¡cárcel
para Antonio Espaillat inmediatamente! y el de los fariseos de ayer clamando ante
Pilato ¡crucifíquenlo, crucifíquenlo!, tenemos que convenir en que ambos pedidos
tienen la misma base de sustentación: el clamor popular (supuestamente), que
quiere ver correr la sangre, llenar la cárcel, reeditar la muerte; la gentuza que (de
nuevo) pide a voz en cuello lanzar los acusados a los leones, como en el viejo
circo romano.
Por suerte, Antonio Espaillat sabe que él no es Jesucristo -ni lo pretende- aunque
ambos, en diferentes momentos, sean víctimas de la misma chusma, la gleba, la
bigandurria de la sociedad de ayer y de hoy. Pero si Antonio sabe que él no es
Jesucristo, también sabe que no tiene que perdonar. De modo que la suerte está
echada, ya veremos.
Hasta aquí el razonamiento es lógico, nadie puede negarlo. Pero nos quedan dos
cabos sueltos y yo no estoy en capacidad de aclararlos ambos. El primero: ¿quién
es el moderno Poncio Pilato que tan diligentemente se lavó las manos aquella
vez? o ¿será talvez que, sabiendo lo imposible de hacerlo hoy día, prefiere
permanecer detrás del telón, hablando y actuando a través de sus secuaces?
El segundo “botón sin ojal” de este caso es alusivo al hecho de que la historia se
repite, una vez como tragedia y la otra como farsa o comedia. Quien mejor explica
el asunto es Carlos Marx, uno de los padres de la idea fallida del “comunismo”.
¿Será que la crucifixión de Jesucristo es la tragedia y la de Antonio es la comedia?
o ¿será quizás que todo es a la inversa?
Como ya dije: admito que no tengo respuesta válida para estas dos interrogantes;
tan solo me limito a reconocer mi falta de conocimiento sobre el tema, expresando
la secuencia de los hechos ayer y hoy. Ustedes, los que ya lograron ver las cosas
claras, deben ayudarme a salir de esta encrucijada histórica; y se lo agradeceré.
Ya, para terminar, me atreveré a dar un consejo no solicitado al joven Antonio
Espaillat sobre esta tragedia que afecta a todos, incluido él mismo: “la familia
Espaillat y sus asociados, en su condición de supuestos responsables de los daños
causados, ayudarían mucho al proceso de sanación de las víctimas, manteniéndose
-como lo han hecho- abiertos a la conversación sincera entre las futuras partes en
litis y ofreciendo una salida negociada, en señal de solidaridad, concordia y buena
voluntad. Claro, siempre de acuerdo a sus posibilidades y bajo la supervisión de
sus abogados”.
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