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Idioma nuestro de cada día


VIVIMOS, SEGUIREMOS DISPARANDO

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Por: Rolando Robles

Cuánto se sufre al tener un hijo enfermo. Es que los hijos se quieren hasta

el límite. Cualquier hombre es capaz de convertirse en mártir, si ve a su

hijo en peligro. Algo similar sucede -guardando las distancias desde luego-

con el idioma que hablamos. Es el rasgo principal de la nacionalidad y aun

y cuando no tiene presencia física -como el himno y la bandera- sí es parte

de nuestro ADN cultural.

Por eso nos preocupamos tanto cuando escuchamos a las personas que

hablan en público, agredir las reglas básicas del lenguaje nuestro; es como

si nos estuvieran lacerando a nosotros mismos.

Ver y oír en una cadena de TV a un “profesional” decir que se celebra el

ciento cuarenticincoavo aniversario de tal o cual acontecimiento, a uno le

dan ganas de llorar a desconsuelo. Es que la partícula “avo” o “ava”

aplicada a un número cardinal, significa una de tantas partes o porciones

iguales en que se divide algo. De manera que decimos “un octavo de milla”

o “la dieciochava parte” de una herencia.

Además de los significados de “octavo-ava” en imprenta, métrica, religión,

poesía, música o arancelario, cuando se combina con un número natural

como el “ocho”, se convierte en el ordinal “octavo”, que va después del

séptimo y antes del noveno. De modo que, “cuarentiochoavo” es una

expresión impropia.

Un periodista de farándula le pregunta a su compañera: ¿Cuáles son las

“nuevas novedades” que tenemos en las redes? Como si las novedades

no fueran siempre nuevas, por definición. En este caso, el problema no es

de gramática sino, de “buen conversar”, que es lo menos que esperamos

de un profesional de la palabra hablada.

Porque que se diga: “hubieron gentes que se quedaron esperando la

reparación de la bomba de agua”, se lo perdonaríamos a los habitantes del

lugar; pero nunca al reportero que ofrece la noticia, quien debe saber que

la forma correcta es “hubo gente que se quedó esperando la reparación...”


Como también ha de saberse que nunca “son las doce del día”, pues una

hora específica, siempre es en singular, “sea la una o la dos o la doce”. En

consecuencia, la pregunta correcta es ¿qué hora es?, no ¿qué hora son?;

y la respuesta correcta sería: es la una o la diez o la doce. Nunca: son la

una o son las diez o son las doce.

Sin embargo, ya se ha generalizado y hasta en literatura, algunos grandes

han validado el plural y escriben, son las nueve o las diez. Por otra parte,

resulta grandioso cuando escuchamos a Tito Rodríguez y su canción “Ya

son las doce y no llega”; como siempre, una mano lava la otra.

Todos conocemos del cuento de la señora que según dice la noticia: se

quedó “putrefacta” por decir estupefacta. Pero ella era solo una humilde e

iletrada dama del pueblo. Su excusa, hemos de anticiparla.

O aquella otra desvalida, pero muy parlanchina señora, que dice al

reportero después de unas torrenciales lluvias y que presagiaban posibles

epidemias, lo siguiente: “en los próximos días Salud Pública va a empezar

una campaña de ‘fornicación’ en todo el barrio”. Ella trataba de decir

“fumigación”.

Ya estamos hartos de que ciertos legisladores, tanto nacionales como

municipales, o sea, regidores, sigan sometiendo “ternas de tres personas”

para elegir una de ellas, a tal o cual cargo. Las ternas solo pueden ser de

tres, por Dios.

Supongo que al fin, estará aclarado también, que cuando se dice “fulano

me dio un espaldarazo”, significa que me respaldó en algo, no que me dio

la espalda, o sea, que me rechazó, como suponía un muy querido amigo,

en los tiempos en que aún me encontraba entrampado en las redes

partidarias.

Porque nos hemos envuelto tanto en el “nuevo lenguaje del texto”, que

lucimos estar en una desenfrenada carrera por ver quién es el más

indolente en el arte de agredir el idioma. Sin embargo, me consuela saber

que este desparpajo al escribir textos, no es por mala intención; es por

ignorancia y como dice el viejo dicho: “la ignorancia es atrevida”.


Y si quisiéramos decirlo en un tono más popular, bien pudiéramos afirmar

que el problema es que “donde Dios no puso, no puede haber” y con ello

explicamos lo que todo el mundo sabe, pero que nadie desea decirlo en

público, por aquello de que se podría lucir pretencioso, altanero y hasta

elitista: “nuestra gente no sabe escribir”. Una realidad tan sólida como el

merengue y la bachata.

Lo triste de todo esto es que personas de cierta formación gramatical,

como son algunos profesionales universitarios (especialmente periodistas)

se presten a vulgarizar el lenguaje escrito, mutilando las palabras,

omitiendo los acentos o tildes y formando extrañas combinaciones, como,

por ejemplo: en lugar de escribir “porque o porqué”, escriben “xk”. Algo

insólito para una persona mínimamente letrada.

Está claro que la pasión por la gramática no es de las debilidades mayores

de nuestra gente, como lo son la política, las apuestas, los tragos y la

pelota. Por eso resulta tan deprimente leer los comentarios de los lectores,

cuando opinan sobre los artículos que diariamente nos entregan los

analistas y escribidores en funciones de “comunicadores”. Es para morirse.

Pero cuidado, no todo es “paja” en la criba. Hay también mucho “trigo” en

ese ejercicio de opinar sobre lo que otro escribe. Criticar, rechazar, apoyar

lo que dicen los “entendidos”, es un ejercicio democrático al que tiene

derecho todo ciudadano, al margen de su nivel de escolaridad.

Además, todos reconocemos que “a hablar se aprende hablando”; y en

consecuencia, “a escribir se aprenderá escribiendo”; aunque desde luego,

el tiempo que se le haya dedicado al pupitre, habrá de influir más o menos,

en la calidad de exposición del mensaje propuesto.

Miremos los periódicos digitales españoles, argentinos, chilenos y

mexicanos, para solo mencionar cuatro. La gente común escribe con

mucho mayor nivel y calidad cuando opina sobre los temas tratados en

dichos periódicos; y los comentarios a veces resultan de más contenido y

agudeza que los artículos en sí.

Sin embargo, no siempre fue así. Esto tiene que ver mucho con que, en

esos cuatro países, el índice de analfabetismo es menor que el nuestro.

Pero es muy probable, que alguna vez los ciudadanos de dichos países,


mostraran igual nivel de desconocimiento, aunque nunca pudimos notarlo,

porque aún no habíamos llegado a la “era digital” de la comunicación.

Otra práctica que me molesta y mortifica, es la facilidad con que los

profesionales de la comunicación hablada y escrita, adornan el discurso

valiéndose de ciertas ligerezas que no son admitidas aún por las

autoridades encargadas de normar el lenguaje, entiéndase las Academias

de la Lengua.

Ahora nuestros comunicadores y políticos, “aperturan” y “agendan” actos y

celebraciones, entre otras linduras; mientras convierten en verbos algunos

sustantivos, y de paso, agregan “mas elegancia” a su discurso diario. Digo,

eso creen ellos.

Se argumenta, justificando dichas ligerezas, que los idiomas son entes

vivientes y que se transforman a diario. Esto ciertamente es verdad, pero

cuidado, que hay procedimientos muy definidos para admitir como de uso

válido, ciertas palabras y expresiones que se van integrando del lenguaje

coloquial.

Entre los dominicanos residentes en el Exterior, especialmente en USA,

hay una tendencia a “españolizar” algunas palabras que provienen del

idioma inglés. Decimos “average” en lugar de “promedio”, “registración” en

lugar de “registro” o “matricula”, refiriéndonos al documento que identifica

los vehículos de motor.

Y hay otros cientos más de expresiones erróneas que usamos de forma

cuasi automática, especialmente al conjugar los verbos en inglés, como si

fuera en español. Es por ello que cuando el avión aterriza, hay alguien que

dice: “ya landió”; y si se comete un error en la apuesta, exclama con dolor:

“coño, “misié” la jugada. Estas perlas, solo se escuchan -por suerte- en

boca de gente que vino antes de los 80’s y aprendió inglés hablando en la

factoría con el “forman”.

Pero todo esto se enmarca en la existencia del “espangle”, un idioma

intermedio entre inglés y español; una especie de mutación lingüística

generada en la realidad de vivir entre gente que habla el idioma inglés

pero, cuya lengua materna es el castellano.


Lo que les cuento, se abotona con el reciente match entre dos políticos

profesionales, y que nos ha sorprendido a todos. Primero porque como

dice el dicho, “los pozos sépticos que no se van a limpiar, no se deben

destapar”, por el mal olor que despiden; y segundo, porque nadie se

imaginaba que esos dos especialistas de la comunicación -ambos- no

podían escribir la palabra “chequecito” correctamente; supongo que sería

por la prisa, porque cualquier otra razón nos desnudaría en público.

¡Que más dá! Prendámosle una vela a nuestra señora del Lenguaje, para

que nos proteja.

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