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Horas bipolares

Por: Raul Bretón



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De la nostalgia a la euforia en cuestión de horas. Así suele ser el transcurrir del tiempo que va de Nochevieja al Año Nuevo. En el imaginario banquillo de los acusados solemos sentar en silencio ese pasado reciente no cumplido, promesas que se establecieron y que se desvanecieron antes del arribo de las flores de abril. Por alguna razón la genética evolutiva ha ido moldeando el cerebro del ser humano para colocar los infortunios en la fila A al momento de ese juicio abstracto en donde muchas veces el mea culpa se convierte en veredicto final condenatorio, deteniendo el laberíntico camino de la búsqueda de hechos en un aquelarre parcial que solo busca la sanción. Ahí es donde la nostalgia se convierte en una peste que afecta a esos que solo encuentran en los recuerdos del pasado esos episodios tristes y melancólicos. En cambio, hay otros que miran por el retrovisor de la vida y solo encuentran esos pequeños recuerdos que transmitieron felicidades efímeras, placeres que le encuentran respuestas a la ingenua y vacua interrogante del sentido de la vida, tomando el pasado como punto inflexión optimista para afrontar un futuro en donde nada existe, solo incertidumbre. El pasado nos construyó nuestro presente, y si la memoria no guarda muchos conflictos con él, de alguna manera ayuda a ralentizar el quimérico ábaco que va contando nuestros días, por eso es mucho más importante mirar hacia atrás que hacia delante para construir planes personales, libre de ambiciones fuera del alcance, para evitar el trayecto de la frustración, esa primera parada técnica que algunas veces conduce hacia la depresión. El pasado enero me sometí a dos pruebas: dejar las dos cucharaditas de azúcar en mis dos cafés, y superar la etapa de los somníferos. Las cumplí. Anoche la nostalgia no me visitó. Feliz 2025.

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